divendres, 28 de desembre del 2018

Nº 284. Contes d’en Joaquim Mateu: El "Mektub"

Joaquim Mateu al Hoogar.  Foto: J. Mateu

En moltes ocasions hem parlat del Dr. Joaquim Mateu Sanpere (1921-2015) en aquest blog, però sempre s’ha tocat la seva faceta espeleològica i bioespeleològica. Hem de saber que també va tocar moltes altres disciplines: Entomologia; Botànica; Arqueologia; Etnologia; Fotografia… i també, tot i que, possiblement amb menys dedicació, novel·lista.


En una de les visites a casa del Dr. Mateu, al carrer de Còrsega, de Barcelona, ens va contar un fet que ell havia viscut al Sàhara, més aviat hauríem de dir que era un fet que ell va haver de patir. A mi em va causar una gran impressió per la cruel realitat d’uns fets que només passen als països poc dotats i a llocs on els ajuts poden estar a uns quants dies de camí.


Al cap d’un temps de la seva mort, el seu fill Giuliano va facilitar la consulta del fons fotogràfic i bibliogràfic que en Mateu havia deixat. Allà es van trobar, dins d’una carpeta, una mitja dotzena d’originals escrits a màquina, sota el títol general Cuentos del Sahara, i amb uns retocs afegits a mà i alguns dibuixos, el que ens pot portar a la suposició que en alguna ocasió els voldria editar.

Portada de l'escrit

Pàgina nº 1. Paper 220 x 320 mm

Un dels escrits, que ell els menciona com a contes, corresponia exactament a la història real que ens havia explicat personalment i és el nostre desitjo donar-lo a conèixer. És veritat que el tema d’aquest post no es correspon exactament amb el contingut i al motiu del nostre blog però, en aquesta ocasió serà un petit homenatge al Joaquim, un reconeixement a la seva faceta literària de contes curts.

Data de l’escrit: No hi ha cap data a cap dels escrits, però, amb molta seguretat es poden datar dels anys 1942 al 1945. Valgui un fragment de l’article d’en Xavier Bellés: Joaquim Mateu (1921-2015), tota una vida dedicada a l’estudi dels insectes, publicat a la revista Animal Biodiversity and Conservation 38.1 (2015) que edita el Museu de Ciències Naturals de Barcelona:

…el novembre de 1942, Mateu va començar el servei militar, que es va perllongar fins al juny de 1945. Val a dir que el servei de Mateu va ser extraordinàriament singular atès que, assistit pels seus coneixements d’història natural, va poder convèncer les autoritats militars per ser destinat al nord d’Àfrica com a naturalista adjunt al govern del territori Ifni-Sàhara, llavors espanyol. Rellevat de les tasques pròpiament militars, es va poder concentrar en l’estudi de la fauna, així com de la prehistòria, d’aquests territoris. Les prospeccions es van concentrar a les regions compreses entre l’Oued Draa, al nord, i l’Agûera, al sud, als territoris del Sàhara espanyol i Río de Oro…


A més, consultant les captures entomològiques del Mateu, l’any 1944 va estar per la zona dels fets.

Mantenim el text en castellà, tal com està l’original.

Zona dels esdeveniments

CUENTOS DEL SÀHARA

El "Mektub"

por Joaquín Mateu

(Nota: Mektub significa “està escrit”, referint-se a un fet determinat sobre el que no s’hi pot fer res per més que es vulgui)

DEDICATORIA: A la memoria del Teniente, de Aviación Juan Manuel Maclas y del soldado del Grupo Nómada de la Saguia el Hamra Abdelahe uld Mohamed, muertos trágicamente poco más de un año después de los acontecimientos que a continuación se relatan.


Tres días llevábamos acampados en Hauza y seguía sin noticias de Juan Manuel. En principio acordamos reunimos en la desembocadura del Uad Kesat, junto a las ruinas de Hauza, a los cinco días de nuestra separación en la Saguia el Hamra a la altura de Gor Lefreirina y anteayer expiró el plazo.


Su tardanza era de extrañar, pues si bien es verdad que el Sáhara es el país de los imprevistos, Juan Manuel es de los que no dudan en enviar un mensajero de ocurrir algo que le impida llegar en el día señalado.

Tan largo silencio me tiene malhumorado. Por si fuera poco el tiempo se encarga de alimentar este rescoldo comportándose malamente desde hace veinticuatro horas: El viento sopla frío y con intensidad del cuadrante Norte. A semejanza del "irifi" nubes de polvo y arena sacuden la puerta de mi tienda e invaden todos los rincones filtrándose por las rendijas. Imposible tragar la comida cocinada por Abdelahe, sobre los alimentos se deposita una espesa capa de arena que cruje entre los dientes. El pobre muchacho se atosiga procurando proteger la comida por todos los medios imaginables, ¡tiempo perdido! La naturaleza puede más que sus esfuerzos. Esta mañana he decidido llegarme hasta el derruido "ksar" de Hauza que se levanta en la cumbre de un cerro cercano. Desde luego he llegado, pero antes de las diez tuve que regresar con los ojos llorosos, irritados por el polvo y la cara cubierta de una magnífica pátina terrosa. Al atravesar el cauce del Uad Kesat percibí borrosamente a través de la tela azul del turbante que me protegía el rostro, los ricinos otrora verdes, quebrados por el viento, y como yo en aquellos instantes rojos por el polvo del desierto.


Me dio trabajo el encontrar el campamento. Una densa cortina ocre esfuma los objetos y relieves a menos de veinte metros de distancia. Fastidiado he desandado el camino mascullando imprecaciones contra los elementos desatados teniendo, a veces, que poner un paréntesis en mis maldiciones y levantando la punta del turbante escupir a favor del viento la carga de arena acumulada en mi boca y garganta.


Casi cegado llegué a la tienda de campaña, llamando a grandes voces a mi asistente, quién metido en la "benia" (Tienda de campaña que se usa en verano hecha con lienzos unidos) con los otros áskaris y bregando con ella para que no les fuese arrebatada por el viento no me oyó.


Grité varias veces y cuando por fin acudió tuvo que aguantar un par de gruñidos por la demora.

-¿Hay noticias del teniente? -Denegó con la cabeza-. -¡Hum! Prepara el té. Tengo la boca seca como el pajel de lija.

-Sí Mohandish, enseguida-. Para cambiar de ideas y en espera del té me entretengo en escribir estas líneas.

Abdelahe acaba de entrar con una pala en la que relucen un montón de carbones encendidos, luego ha traído la cafetera o «mágresch», la tetera y los vasos. De dentro de su kandora
militar (Especie de camisón) saca unos pedazos de azúcar. Cada vez que entra de la tienda se baja el turbante que de nuevo sube hasta los ojos al salir.


Ya todo listo saca el té y la hierbabuena de mí"tazufra"(Saco de cuero) de cuero policromado. Manipula con la tetera, el "magresch" y los vasos. Prueba la infusión para ver si está en su punto. A mí me divierte observarle por la gran seriedad que pone en estos menesteres. Evoca algo así como una ceremonia de ritual, intrigante y misteriosa. Sonriente me alcanza el primer vaso. Después se sirve el suyo. La rizada cabellera de Abdelahe se balancea de atrás adelante al sorber en el vasito, pues como todos los saharianos se complace en tomar el té casi hirviendo y parece deleitarse alsentir por su gaznate el líquido abrasador. Con los ojos entornados levanta la cabeza y sorbe con ruido.


Apuro el té con lentitud, luego el segundo y por fin el tercer vaso de rigor; como es costumbre en el Sáhara occidental.

-Es raro que el teniente no haya llegado aún...

-Cerca de la Raud el Hasch hay muchos campamentos y quizás el teniente esté vacunando allí -objeta Abdelahe.

-Puede ser, pero si esta tarde seguimos sin noticias enviaré al Hossain a la Raudat para que pregunte a los “paisanos” si saben algo del teniente.


-Dime Abdelahe -pregunto a mi asistente cambiando la conversación -¿Porqué al alcázar del Uad Kesat le llaman Hauza?

Mi pregunta le hace meditar unos instantes, luego en el tono grave y solemne que le es habitual cuando dice algo que juzga de importancia, responde:

-Tú sabes que Hauza, en hassanía, -es decir, en su idioma- quiere decir la preferida. Este nombre se lo dieron hace mucho tiempo a causa de los combates que las tribus del Sáhara tuvieron con los "nzaranis". (cristianos o mejor aún nazarenos). Pero de esto ya te digo que hace muchos años, antes que mis abuelos y los padres de mis abuelos...

-¿En la edad media?

-¿Y esto que es ?

-!Oh! nada, nada...continua. - Qué diantres sabrá Abdelahe de nuestras historias y de nuestros historiadores. -En verdad que mi pregunta escapó de mis labios antes de darme cuenta de la tontería.

-Pues bien, esos "nzaranis"(Literalmente “nazarenos, 
nombre que dan los árabes a los cristianos), -nombre que dan los árabes a los cristianos-, -prosigue el muchacho-, lucharon hasta ser vencidos al fin por los musulmanes. Sin embargo, las guerras por Hauza no terminaron y Tayakant y Erguibat (Tribus guerreras del Sahara occidental. Los "Suad" es una fracción de la confederación"Erguibat") pelearon largos años por su posesión. En los últimos encuentros, al parecer, cegaron con grandes piedras el pozo de agua dulce y cortaron las palmeras que daban sombra y dátiles. Lo que en tiempos fue un oasis quedó convertido en lo que ahora vemos: Un "ksar" derruido y algunas tumbas a su alrededor.


-¿Y quién ganó?

-Los Erguibat -responde Abdelahe con orgullo -son los mejores guerreros del Sáhara.


-Los"Suad" especialmente ¿eh? -pregunto con cierta malicia.


-Claro está Mohandish (Con esta palabra designan a los técnicos, ingenieros o especialistas en algo) -Y Abdelahe muestra su blanca dentadura al sonreír. (Él es"érguibat Suad").


A primeras horas de la tarde el viento decreció y pude salir de mi tienda a respirar un poco. Desde el campamento se divisaba ya la oscura silueta de Hauza encaramada en lo alto de una colina. No lejos de las tiendas los camellos desperezándose de las largas horas que durante los tres días de mal tiempo tuvieron que permanecer arrodillados haciendo frente al viento y a la arena, comenzaban a mordisquear las matas y arbustos de los alrededores, ramoneando despacio para saborear el polvoriento pasto antes de engullirlo.

Una media hora habría transcurrido, entretenido en mi paseo y en sacudir con el bastón las matas por el placer de ver aparecer bajo el manto de polvo que las cubría los colores verdes y gris-azulado de las plantas del desierto, cuando oí la voz del cabo Mahfud que me llamaba. Respondí y a los pocos segundos Abdelahe y Kahfud llegaron a mí corriendo.


-¿Que ocurre Mahfud?


-Mohandish, un paisano ha llegado al campamento y trae esta carta. Es del teniente -aclaró tendiéndome un sobre.


La carta muy concisa decía así:

“Sé que te extrañará mi tardanza, pero un accidente inesperado no me ha permitido llegar a Hauza en la fecha acordada. Ya te lo contaré cuando nos veamos. Ahora quiero vengas lo antes posible a Raud el Hasch en donde llevarnos acampados desde hace tres días, con todo el material de botiquín y medicamentos que tengas. No tardes. Un abrazo. Juan Manuel."


-¿Está todavía el paisano en el campamento?


-Sí.


-Abdelahe: trae tu camello y el mío, ensíllalos y prepara la"tazufra". Saldremos así que llegues.

-¿Es que le ocurre algo al teniente?


-El nómada se encogió de hombros.


-¿No sabes si él o alguno de sus hombres está enfermo?


Nueva negación del interpelado. Por fin se decidió a ser más explícito, diciendo:


-Al amanecer llegué al campamento del teniente. El sargento que le acompaña al enterarse de que debía pasar por Hauza me dio la carta. No vi al teniente y no sé nada más. Como soplaba mucho el viento aguardé unas horas para salir.


-Bien, Mahfud dale a este hombre té y azúcar para el viaje.


-Gracias, gracias señor.

Mientras metía mis cosas en el saco de cuero policromado ("tazufra"), no podía apartar de mi mente la carta de Juan Manuel. ¿Para qué o para quién necesitaría mi ayuda y botiquín?


A la salida del Uad Kesat tuvimos que prestar cierta atención a los camellos a causa de lo bacheado del terreno. A la velocidad que íbamos lanzados era fácil perder el equilibrio, ese equilibrio inexplicable para los que llegan al Sáhara por primera vez, que mantiene al meharista sobre su montura. Los animales excitados por la carrera y por los días de forzado descanso parecían compartir nuestra inquietud a través de ese algo inaprensible que a modo de corriente magnética se establece entre el jinete y el camello o caballo. Sin azuzarles corrían a grandes trancos.

Una hora escasa tardamos en cubrir al trote largo los dieciocho kilómetros que separan Hauza de Raud el Hasch.

El campo de Juan Manuel se hallaba a cosa de un kilómetro aguas debajo de la Saguía el Hamra.


Nos apeamos a una cierta distancia de la tienda gris de mi compañero de nomadeo y nos acercamos pisando un tapiz de asfódelos en flor, puestos allí por los soldados para evitar, dentro de lo posible, que el polvo se metiera dentro.

Penetré en la penumbra suave de la tienda de campaña. Juan Manuel estaba sentado en medio de un corro de saharianos sucios y desastrados. Por lo visto nada malo le ocurría. Debió darse cuenta de la expresión de alivio que experimenté al verle, pues echándose a reír exclamó:

-Bienvenido. Supongo que te has llevado un pequeño susto al leer mi carta pero...

-Caramba! pudiste escribir unas palabras aclaratorias. Llevaba tres días aguardándote -repuse un tanto amoscado.

-Bueno hombre no te enfades.

-No me enfado. Mas tu forma de decir las cosas... En fin, ¿puede saberse para qué me has hecho venir con tanta urgencia?

-Ahora te lo explicaré mientras nos tomamos una cerveza.

-¿Eh? ¡Cerveza has dicho!

-Eso es.

Silbé asombrado -Chico eres único. ¿Cerveza aquí...en medio del desierto?

Juan Manuel sonrió. Despidió luego a los moros que invadían la tienda y que se retiraron dejando tras ellos un olor a sudor y a grasa de camello rancia, muy poco agradable.

-¡Uf! vaya perfume -exclamé.

-Creí que ya te habías acostumbrado -replicó irónicamente Juan Manuel.

-Eso pensaba yo hasta hoy. Estos saharauis hace más de un verano que no se han lavado. Cierto que el agua es rara en el desierto, pero de todos modos…


Saalami entró con dos jarras de hierro esmaltado y una botella de cerveza. Mis ojos se posaron en ella con admiración y cariño. Atónito ante aquél milagro no he podido por menos de sentir una viva curiosidad.


-¿De dónde ha sacado tu teniente esta botella? -inquirí.

El asistente me miró con aire risueño sin rechistar, alzando las espaldas con aire del que nada sabe.


-Cuando salimos de Smara -bisiseó por lo bajo Juan Manuel, -pusiste el grito en el cielo al enterarte de que en las cargas iban algunas botellas de cerveza. Me sermoneaste de lo lindo y mentí al decir que no las llevaría. La verdad es que siguieron en el petate y ahora nos la beberemos muy a gusto hermanito. No mereces ni unas gotas por protestón.

-"Mea culpa" Juan Manuel. Un momento tonto lo tiene cualquiera. Mas… Ni aún con dos horas tienen suficiente tus soldados para cargar los camellos.

-Bebe y calla.

Aquella cerveza refrescada en la nevera saharaui (Un saco mojado colgado de una acacia y dentro las botellas; el viento se encarga del resto), en verdad era un deleite y la bebí con placer.


Apurada, mi jarra y calmada la sed insistí de nuevo: -Bueno, ¿Y para qué quieres mi ayuda y botiquín?

Repentinamente serio mi compañero murmuró haciendo caso omiso de la pregunta. -Trajiste el material ¿verdad?


-Pues claro que sí, pero...


-Ahora lo sabrás. ¡Saalami! -gritó -¿Está ahí el pequeño Mohamed? 


-Sí mi teniente.


-Entrarlo.


Momentos después Saalami y un nómada de edad indefinible introdujeron con cuidado a un muchachillo de unos diez años con una pierna vendada. El aspecto del niño era de una gran postración. Sus ojos negros brillaban mortecinos muy hundidos en las órbitas. Ni el color bronceado de la piel impedía ver la lividez de su rostro. La mirada del morillo me recordaba, yo no sé por qué, la de los corderos cuando entran en el matadero: Miran con terror y en el fondo quizás con resignación. Juan Manuel empezó a quitarle las vendas. En unas bateas agua con permanganato, pinzas, etc. Conforme desvendaban la pierna un olor nauseabundo y penetrante como el que exhalan los depósitos de cadáveres lo invadía todo. Un olor espeso, repugnante. Luego...Tuve que contenerme para no lanzar una exclamación de sorpresa. Lo que apareció al descubierto fueron la tibia y el peroné del muchacho mondos y limpios; por debajo de la rodilla la masa muscular era un simple colgajo de carne purulenta y casi desprendida del hueso cuyas extremidades aparecían negruzcas a causa de la necrosis que las corroía. ¿Aquél miembro mutilado y maloliente acababa de salir de un sepulcro ? ¿Pertenecía a un ser vivo o a un cadáver en estado de descomposición? El horror de la muerte física le teníamos delante nuestro con toda su inhumana crudeza y angustiosamente contemplábamos los dos huesos blancos emergiendo de la carne rota. La inanidad del hombre, el barro con que fue amasado por el Creador mostrábanse a mis ojos como una visión anticipada del final de los seres — de nuestro final en suma —. El lento pudrir de los cuerpos que yacen en la tumba. A cada instante era preciso ahuyentar las moscas que acudían al hedor de la putrefacción.

Sentía mi frente sudorosa, las sienes me latían y faltaba el oxígeno dentro la atmósfera viciada do la tienda.

-¿Qué te parece? -preguntó en voz baja Juan Manuel.

-¡Espantoso!


-Lo comprendo, a mí me ocurrió lo mismo cuando lo vi por primera vez. No esperas semejante cosa. Ahora, la herida está bastante bien -prosiguió diciendo Juan Manuel, mientras sus dedos ágiles limpiaban con algodones empapados en agua oxigenada las piltrafas de carne. -¡Figúrate como estaba antes! -¿Que le ha pasado al chico para que la gangrena se lo coma vivo? -pregunté. -Hace un mes lo mordió una víbora, la "leffa" que dicen ellos, en el pié. Claro cómo puedes suponerte le hicieron al niño todas sus bárbaras curas y en vista que no mejoraba los padres le llevaron a Smara. En el Puesto el sanitario indígena les aseguró que el muchacho no tenía salvación. Moriría en breve. Para consuelo les entregó unas vendas.


-¿Hace días que estuvieron en Smara ?


-Tres semanas.


-¡Qué brutos! ¿Y por qué no acudieron al médico del Aiun o de Tan Tan si el de Smara estaba de recorrido?


-¡Bah! creyeron al sanitario a pies juntillas. A mi llegada les encontré aguardando con resignación la muerte del pequeño. Por fórmula le aplicaban grasa de avestruz. Quince días después de la mordedura se le desprendió el pié completamente podrido... El "mektub", sabes...


-¡Que "mektub" ni qué diablos. Ese tío es idiota -exclamé con rabia.


-Sí, pero el fatalismo sahariano... -Y Juan Manuel se encogió de hombros frente a lo irremediable.


-No es justo matar a un niño de diez años por ese estúpido "mektub", Una vida joven, que empieza y truncarla así por ignorancia es imperdonable -comenté, sintiendo al mismo tiempo que el rencor me subía a flor de labio.

Terminada la cura y una vez vendada de nuevo la pierna mutilada, se llevaron a Mohamed a su " jaima" (
Tienda de los nómadas hecha con pelo de cabra y de camello). Juan Manuel se lavó las manos con la meticulosidad de un cirujano. El rostro de mi amigo en general abierto y alegre denotaba tristeza. Estaba preocupado. Por momentos Juan Manuel envejecía. Desde luego no era un pimpollo y había cruzado ya la raya de los cuarenta; unas canas plateaban sus sienes y alrededor de sus ojos grises algunas arrugas prematuras, ahora acentuadas por la preocupación y la pena.


-Bien ¿que piensas hacer?


Su respuesta me causó un gran desasosiego.


-Cortarle la pierna mañana, -dijo con voz dura.


No pude contener una interjección poco ortodoxa.



Al día siguiente empezamos muy temprano los preparativos para operar a Mohamed. Gasas y vendas, tijeras, pinzas y bisturíes hervían en marmitas de hierro. En una perola de regular tamaño prestada por una familia de los alrededores hicimos hervir una siniestra herramienta que en cualquier otro lugar hubiese resultado grotesca: Una vulgar sierra de mano que me daba escalofríos cada vez que la miraba. Con aquello teníamos que amputar la pierna al muchacho. La tienda de lona de Juan Manuel era el quirófano y la cama de lona la mesa de operaciones. Uno de nuestros áskaris ocupábase de oxear las moscas que conseguían penetrar por las rendijas de un gran trozo de gasa colgado a la entrada de la tienda a modo de puerta transparente. El día era gris, algo fresco, y afortunadamente sin viento.

Éramos observados con curiosidad por un grupo de nómadas llegados de los campamentos vecinos y estoy convencido de que llegaron hasta contar nuestras idas y venidas. A media mañana trajeron al enfermo. Abdelahe y Salaami — improvisados enfermeros —, le introdujeron en la tienda. Juan Manuel le inyectó aceite alcanforado y prontosil. Luego nos desinfectamos y vestimos ropa limpia. Había llegado el momento de actuar. Mi inquietud iba en aumento, pero por fortuna Juan Manuel manteníase sereno.


A través de la gasa de la puerta una claridad difusa llegada del exterior nos ofrecía un rostro demacrado, pálido como el de un cadáver animado tan solo por unos mortecinos ojos. No disponíamos más que de anestésico bucal. Y en lugar de extraer una muela tratábase de amputar un miembro. Las pulsaciones de Mohamed eran muy débiles y era evidente su estado de postración. Juan Manuel empezó a pincharle con la jeringuilla llena de anestésico para formar una corona alrededor de la pierna por encima del sitio donde pensaba cortar.


De repente tuvo que suspender las inyecciones. Una espantosa taquicardia se apoderó del niño: Ciento veinticinco pulsaciones por minuto. Juan Manuel me miró de soslayo y en su mirada adiviné la vacilación. Movió la cabeza con duda. Imposible luchar con éxito en tales condiciones. Pasados unos minutos angustiosos y tensos, el número de pulsaciones de Mohamed fue decreciendo. Ahora apenas se notaba el pulso. Mi camarada dio un respingo, y jadeando susurró con la voz ronca por la emoción:


-Es inútil. No quiero matarle. El muchacho se nos quedaría en las manos. Sin perder más tiempo volvió a vendarle y ordenó que lo llevaran de nuevo a su "jaima".


Salimos fuera. ¡Que fresco estaba el aire y que puro luego de haber respirado la densa atmósfera de la tienda de campaña!

El padre del herido se acercó a nuestro grupo. -¿No le cortan la pierna a mi hijo? -preguntó al sargento Fakala.



-Dile que no. -repuso Juan, Manuel antes de que el sargento nos hubiese traducido la demanda del viejo. -El chico está muy débil y por eso no me atrevo a operarle. Sin embargo, puede resistir un viaje a Tan Tan con probabilidades de éxito. Allí el médico tiene más recursos y podrá hacer algo. Aquí es imposible. Le daré unos comprimidos de sulfamidas para que se los dé cinco veces al día. Que no le quite el venaje; simplemente por las mañanas le empapará la pierna y vendas con unas botellas de líquido que llevará. Nada más. Todo estriba en que llegue a Tan Tan cuanto antes.

El sargento tradujo al sahariano lo dicho por Juan Manuel con gran lujo de ademanes y a grito pelado. No obstante, el buen hombre no quedó satisfecho y siguió insistiendo para que le amputáramos la pierna al chaval. -Dice -objetó Fakala -que el chico resistirá y que lo mejor es cortarle la pierna ahora mismo.

-¡Al diablo con los consejos! -exclamó Juan Manuel perdida la paciencia. -Ya he dicho lo que hay que hacer y basta. ¡Ah ! y que procure no actuar por su cuenta. Si me entero que ha llamado a un curandero y le pasa algo al niño se acordará de mí ¿entendido? El sargento afirmó con la cabeza y con gestos vehementes y mucha mímica se lo explicó al nómada.


Horas más tarde caminando hacia Hauza le dije a Juan Manuel que cabalgaba a mi lado con el ceño fruncido y la vista perdida en el horizonte: Me alegra en parte no haber operado al pequeño. Temía un desenlace malo. Además la carnicería que debíamos hacer era muy desagradable. 


-Sí, pero ahora Dios sabe lo que ocurrirá -contestó pensativo. 


-Puede llegar a Tan Tan, si el cretino del papá no se duerme. Ha resistido un mes.

 ¡Caramba!, bien podrá aguantar cuatro días más ¿No crees?

-Temo que el viejo cometa alguna barbaridad por su cuenta...


-¡Hum! Eso es posible, por desgracia.


El sol tibio del atardecer nos acariciaba y hacía dulce nuestra marcha. Atrás dejábamos la incógnita de una corta vida de diez años, segada acaso por ese "mektub" fatalista y arcaico.


Dos meses después de los hechos acabados de relatar llegué con mi gente a Smeil el Neirán en plena hamada del Dráa y en la ruta del Tisgui-Remz.

Tres semanas antes nos separamos de Juan Manuel por ser distintas nuestras misiones.


A poco de haber acampado un paisano se acercó a nosostros.


-¿Recuerdas a este hombre? -me dijo Abdelahe.


-Quién es?


-Uno de Ait Lahsen que nos conoce de Raud el Hasch cuando estuvimos con el teniente. -¡Ah! sí. Oye ¿Sabe algo del pequeño Mohamed?


 -Murió. Apenas les dejamos el padre llamó a un "maharrero" (Artesano indígena) y le cortaron la pierna, pero antes de terminar el niño había muerto.


-El “mektub". -convino Abdelahe con aire resignado.
Erg Chech Hassi, un paisatje com el del conte.  Foto: J. Mateu