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En Joaquim Mateu a finals de l'any 2013. Toni Pérez; Lluís Auroux; J. Mateu i Floren Fadrique. La última foto que tenim d'ell |
Aquest és el segon conte d’en Joaquim Mateu Sanpere que publiquem.
El primer va ser una vivència seva en tota l’extensió de la paraula; en va ser un dels seus protagonistes.
En aquest segon conte, en Joaquim va ser un dels oients del conte que va explicar el caporal Mahfud als components del campament en mig del terreny desèrtic però, a més de transmetre'ns el que va sentir, ens fa una bona introducció de l’ambient militar, de la flora dels voltants i dels costums. També ens explica la tasca que feia: recollir fauna, minerals, fòssils, i les seves observacions. Tampoc, en aquest cas, tenim referències de la data, que possiblement també podria ser entre els anys 1941 i 1945. Quan al lloc dels esdeveniments tampoc en tenim cap dada, tot i que hauria de ser dins la zona indicada en el mapa

Mapa inclós en l'article de l'estudi dels caràbids. El lloc probable hauria de ser per a la part superior del mapa

Estic convençut que en Joaquim s’ha recreat amb literatura pròpia a la part central del conte, quan l’Emhámed està buscant “sbáa” (lleó) perquè l’ajudi. Els paratges que descriu són explicats amb termes físics i geològics que, molt bé, podrien ser de la seva collita. O així m’ho sembla…
Com a complement, s’insereix a l’inici, una petita part del seu treball entomològic (de 164 pàgines) sobre els coleòpters caràbids del “Sahara Español”, en el que, com a introducció, ens explica les zones on va treballar entre els anys 1941 i 1945, on també podem conèixer amb qui col·laborava i dins de quins estaments estava "treballant”,
paraula no adequada, ja que millor podríem dir que… estava gaudint de la seva
recerca!
Mantenim l’escrit en castellà, segons està a l’original. Mínimament s’ha corregit gramaticalment per adaptar-ho a les normes actuals. Es va publicar a la revista EOS XXIII, 1947 164 pp + 5 làmines
Mantenim l’escrit en castellà, segons està l’original. Mínimament s’ha corregit gramaticalment per adaptar-ho a les normes actuals.
CUENTOS DEL SAHARA: EL MAHARRERO (1)
(1) Los "maharreros" son, entre los saharianos, los artesanos que se dedican a toda clase de oficios manuales, siendo por este motivo despreciados y considerados como una casta aparte)
Poco antes del “mogreb” (Oración de la tarde), al atardecer de un día tibio y tranquilo, llegamos al campamento de regreso de un largo paseo por los alrededores, paseo que, como siempre, había sido pródigo en resultados: Insectos, plantas y fósiles del desierto llenaban por completo el zurrón. Los interesantes materiales recogidos y las no menos interesantes observaciones realizadas, henchían nuestro espíritu de alegría y optimismo. La labor había sido buena, y la satisfacción de haber cumplido a conciencia nuestro deber justificaba esta euforia.
Una vez acondicionado el fruto de nuestras pesquisas, nos acercamos al grupo formado por los “áskaris” (Soldados indígenas) de la escolta, quienes, anticipándose, tenían preparado ya un confortable sitial, arreglado con varias mantas y azaleas para que pudiésemos saborear el té de ritual tumbados cómodamente. El sol estaba en su ocaso y sus oblicuos rayos llameaban vivamente en el horizonte en una espléndida apoteosis de luz.
Sus destellos, sin embargo, apenas llegaban a la “grara” (Depresión del terreno en donde se acumula arcilla y el agua después de las lluvias originando una vegetación más densa que la de los alrededores) en donde estábamos acampados desde hacía unas horas, por impedirlo la tupida vegetación arbustiva que nos rodeaba.
La brisa de la tarde, perfumada por los efluvios del “exdari” (Rhus oxyacantha, nombre indígena de un arbusto muy útil por su madera dura y compacta), en flor, y por el penetrante aroma, un tanto exótico, de las flores de ciertas compuestas pintadas de azul, adormecía los sentidos cual maravillosa bálsamo vertido por las manos de alguna saharauilla de aterciopelados ojos, profundos y brillantes como las noches de enero. La hoguera crepitaba, y la vieja cafetera colgada sobre las ascuas barboteaba entre humaredas y silbidos su jadeante runruneo de vieja asmática. En el centro del corro la bandeja de cobre, bruñida por la arena y por el sol, lanzaba opacos reflejos dorados que se descomponían, al espejarse en los vasos, en apagadas irisaciones tenues y agrisadas en medio de la penumbra que lentamente nos envolvía. A nuestra derecha, y en un claro de la vegetación, a contraluz, la absurda silueta de un camello recortándose sobre el cárdeno celaje del fondo comunicaba al paisaje un no sé qué fabuloso, de otros tiempos, ya muy remotos, perdidos en las nebulosas edades del pasado, En aquellas épocas otros muchos animales de formas extrañas y gigantescas como aquél recorrían, seguramente, lo que hoy es el mayor desierto del globo, barzoneando por sus praderas y dilatadas sabanas, iluminados por esta misma claridad crepuscular. El sol, ayer como hoy, inmutable y permanente, les enviaba al ponerse, la firme promesa de volver al día siguiente, y al otro, y así hasta la consumación de los siglos, ¿Quién sabe?, quizás, cuando, nuestro pobre planeta haya devuelto al caos lo que del caos ha salido. Helios seguirá enviando a la tierra desierta sus ya inútiles rayos de luz. Nada pues, ni hombres, ni animales, ni plantas, ni materia viviente alguna puede eludir este retorno al abismo y al no ser.
Sin embargo, hoy por hoy podemos aún gozar del efímero ensueño de la vida con sus pasajeros goces y sus largas amarguras, sin acordarnos siquiera que este sol que nos alumbra y calienta iluminará en breve nuestra tumba, ultima y definitiva morada de nuestro deambular por la tierra.
Duerman, no obstante, las remembranzas del pasado y las brumas de lo porvenir y dejémonos mecer por el recuerdo de aquella paz solemne y patriarcal, que solo puede gustarse hasta la saciedad en el mar sin límites de las llanuras saharianas donde se percibe, casi como algo tangible, material.
Mientras, la achatada esfera solar había transpuesto la lejana línea del horizonte. Los saharauis humillaban ya sus frentes en acto de adoración y reverencia al Supremo Hacedor del Universo todo. ¡Alah el kebir! ¡Alah el kebir! (Dios es grande). Lamento del alma mahometana! Estas palabras resuenan y se arrastran por el infinito desde el extremo occidental de África, junto a las aguas inquietas del Océano Atlántico, hasta la fabulosa Asia en el corazón de la jungla indostánica. Las miradas del Islam convergen hacia la sagrada ciudad de la Meca, símbolo y pilar de la religión musulmana, implorando del cielo el perdón, la piedad y la misericordia, gracia que todos los hombres sea cual fuere su nacionalidad, raza o religión, piden
a Dios para consuelo de los males que afligen a la humanidad.
Terminado el rezo, la conversación se generalizó en nuestro reducido grupo. A la vez que se paladeaba el té en pequeños y ruidosos sorbos -única forma de ingerir la hirviente y azucarada infusión -, se comentaban a grandes voces (natural modo de hablar de los saharianos), los incidentes del día: Se discutía de camellos, de los pastos, de razzias, de combates ya pretéritos, y de los menudos problemas que constituyen la base de las tertulias saharianas. El corto crepúsculo característico de las regiones próximas a los trópicos, había dado paso a la suave obscuridad nocturna, y en el cielo, de un verde esmeralda muy profundo, se encendían, una tras otra, las titilantes estrellas. Igual que las lamparillas bajo las altas bóvedas de los templos veíaselas al principio, temblar convulsivas cual si fueran a apagarse por completo; luego, las llamitas se reafirmaban, los guiños eran más regulares y el brillo más intenso. Su luz tamizada por los vacíos espacios siderales, esparcía sobre la silente tierra una débil polvareda de plata. Después de los comadres siguieron los cantos, y a poco las voces guturales de los indígenas pusieron a prueba la resistencia de nuestros tímpanos. Solamente amortiguábase la baraunda cuando el Hebib entonaba una cancioncilla con dulce voz de falsete de un registro muy alto. Finalmente, cuando las melopeas del desierto cesaron de atronar los oídos, el cabo Mahfud, con su empaque de hombre de una “familia grande", nos anunció sin más preámbulos que iba a relatarnos para divertirnos una antigua conseja del Sahara, en la cual, la figura de un pérfido “maharrero” jugaba un papel principalísimo. Al mismo tiempo, el cuento, demostraría una vez más la mezquindad y malicia que son inherentes a tales individuos, repudiados, con razón, por todos los buenos musulmanes del Sáhara. Y empezó así:
“Hace muchos años (periodo de tiempo que para un saharaui puede
abarcar lo mismo treinta años que trescientos), marchaba un “hassani” (Llámanse así los hombres de las tribus guerreras, descendientes, según ellos, de los Beni-Hasan, tribu de origen árabe que conquistó el Sahara) llamado Emhámed en dirección a un pozo innominado del sur del gran desierto. Hombre previsor, caso raro entre los nómadas, iba provisto de cuerdas de cuero trenzado para poder extraer con facilidad el agua de las profundidades del “bir” (pozo). Llegado que hubo al sitio en cuestión fue a dar una ojeada previa al pozo para preparar la instalación. Al asomarse al agujero, ¡Alah!, sus ojos contemplaron un espectáculo inaudito: en el fondo del “bir”, el “sbáa” (león), el “dbáa” (hiena), el “djibb”(chacal), el “hanisch” (serpiente), el “far” (ratón), y por último un ser humano, un “maharrero”, convivían en revuelta mescolanza. Al verle empezaron a suplicarle, todos a la una, que se apiadase de ellos y les sacase del pozo donde habían caído la noche anterior ¡Qué de promesas, qué de gemidos y ruegos!
Compadecido Emhámed de aquellos seres que en tan grave aprieto se encontraban, se dedicó acto seguido a rescatarlos de su prisión. El león fue el primero en salir a la luz del día -no en vano es el rey de los animales-. Muy emocionado dio las gracias a su salvador a quien manifestó que si en alguna ocasión podía serle útil, no dudase en recabar su ayuda pues quedaría en extremo complacido de poder demostrarle su gratitud. Al retirarse ya, le hizo esta advertencia: Saca a todos los que sufren en el fondo del pozo, pero recuerda: NO SALVES AL “MAHARRERO”.

Maharrero. Foto: Hernández Gil, de internet
La hiena, el chacal, la serpiente y el ratón, fueron extraídos sucesivamente de las tinieblas. Todos sin excepción, le expresaron su agradecimiento y ofreciéronse al compasivo saharaui para cualquier momento en que su ayuda pudiese serle necesaria. También, con unanimidad de criterio, le aconsejaron que abandonase al “maharrero”, desconfiando de sus promesas y haciendo caso omiso de sus ruegos y demandas.
No obstante, el buen Emhámed no pudo resistir largo tiempo las súplicas del desdichado y al poco rato salía éste del pozo sano y salvo. Las demostraciones de afecto del tal individuo fueron múltiples; juró y perjuró que jamás olvidaría tan señalado favor, y que siempre más pediría al cielo le brindase una ocasión para demostrar su inmensa gratitud a su bondadoso bienhechor.
Pasó el tiempo, nuestro amigo Emhamed vivía feliz en su “jaima” (Tienda indígena de pelo de camello y cabra) rodeado de sus servidores y amigos bendiciendo a Dios por la tranquilidad y sosiego de su apacible existencia. Fiel cumplidor de las enseñanzas de Sidi Mohamed (Mahoma), cumplía el Corán al pie de la letra y así su vida, era manantial de paz y dulzura.
Pero como nada hay eterno en el mundo… Entre sus rebaños de cabras y ovejas empezaron a faltar diariamente algunas cabezas. Y la cosa no paró aquí, sino que fue en aumento de un modo alarmante. Por la mañana los despojos frescos de las víctimas indicaban la tragedia ocurrida durante las foscas horas de la noche: Los chacales habían celebrado un buen festín a expensas de sus reses. Inútiles fueron cuantas precauciones se tomaron; hombres y perros vigilaban atentos sin poder sorprender a los nocturnos visitantes que proseguían a más y mejor su destructora labor. Los días se obscurecían para nuestro amigo, el cielo parecía sordo a sus ruegos, y su corazón llenábase de pesadumbre.
Dispuesto a terminar con aquellas matanzas Emhamed salió al campo en busca del chacal a quien librara de la muerte. Hallóle al fin, y el chacal, gozoso al verle, se le acercó diciendo:
-Aquí estoy amigo. ¿Qué deseas de mí?
-Quiero, respondió el saharaui, que me ayudes a librarme de aquéllos de tus hermanos que se ceban en mis ganados, produciendo, por lo tanto gran perjuicio a mi hacienda.
-Lo haré gustoso replicó el “djibb”, pero para conseguir tus deseos necesitaré la ayuda de alguien fuerte y decidido. Tal vez el “dbáa” que conmigo cayó al pozo quiera ayudarnos, pues de otra forma yo no
podría enfrentarme solo con todos los chacales que degollan tus ovejas.

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