Jorge Luis Mederos López:
Nací en
La Habana, Cuba, en 1975 y eso significa pertenecer a la generación de los animados rusos, los productos enlatados de importación y de crecer en un período de vacas gordas que se aleja a miles de kilómetros de la realidad de la Cuba de hoy.
No sé de dónde me vino el interés por la naturaleza pero mi madre tuvo mucho que ver en mi afición. Mi primer recuerdo fue un libro que me regaló sobre dinosaurios, una edición rusa de principios de los ochenta. A partir de ahí comenzó todo.
Empecé con 11 años a visitar unas cuevas con otros chicos de mi clase. En aquella época durante mis estudios de primaria mi madre trabajaba y me criaba, pero no podía estar en casa para cuidarme al salir de clase, por lo que me matriculó en uno de los tantos centros internos que están dispersos por la isla y en los que se compagina estudio y trabajo: 13 días continuos dentro del centro y un fin de semana en casa. Estar en una de esas escuelas, si se les puede llamar así, era lo suficientemente duro como para que mi madre me dejara mucha libertad a esta temprana edad. Pienso que vería aquellos dos días como mi único momento para liberarme y me dejaba marchar nada más llegar a casa. Mentíamos a nuestros padres diciendo que venía un adulto al viaje, para evitar la negación, aunque estoy seguro que sabía que nunca venía ningún adulto.
Cueva del Indio, esa fue mi primera cueva. Eran en realidad dos cuevas,
Cueva del Indio y Cueva de Tapaste, sitas en Jaruco –La Habana- que en algún momento geológico eran una sola. Estaban a unos 40 km de la capital. Durante años fue mi universo y el de mis colegas. Así empezó todo, aunque hoy dia solamente yo sigo con las actividades.
Como cualquier chaval que empieza en el mundillo, me gustaba la paleontología, la entomología y el estudio de fauna en general. Con 13 años encontramos uno de los mayores yacimientos paleontológicos del género
Nesophontes -unos pequeños mamíferos insectívoros endémicos de la región
Antillana- muy cerca de Cueva del Indio, material que íbamos depositando en el
Museo de Historia Natural.
No fue hasta el año 1989-1990 que entré a formar parte de la
Sociedad Espeleológica de Cuba (SEC), cuando aún vivía su presidente fundador
Antonio Núñez Jiménez, ingresando como miembro del
Grupo Espeleológico Cajío. La palabra espeleología era totalmente nueva para mí, pues aunque hacía algunos años que la practicaba con algunos amigos, siempre estuve del todo ajeno a su existencia como ciencia. Fue en el Grupo Cajío donde aprendí el oficio, como se dice. Me senté con los libros a aprender del carso, de cartografía y levantamientos topográficos y, por supuesto, me enteré además que existía una especialidad que estudiaba la fauna que habita el interior de las cuevas, lo cual fue una alegría infinita para la mente del adolescente buscador de bichos.
En esos años la mayoría de cuevas y sistemas cavernarios a los que dedicábamos tiempo eran de desarrollo horizontal o con poco desnivel. Las razones son varias. Cuba es un auténtico queso gruyere. El 70% del territorio es un paquete calizo perforado por todos lados, los ríos han trabajo duro y encuentras infinidad de sistemas y gigantescas cuevas, con cauce fósil o activo, todas esperando a ser exploradas i cartografiadas a pesar de la larga tradición espeleológica. Queda mucho por explorar, mucho. La otra razón de no trabajar sistemas verticales era básicamente económica. Cuba es un país pobre y los grupos, así como la SEC, no tenían ningún tipo de medios para desarrollar la exploración vertical. Los miembros aguzaban los sentidos y el ingenio para explorar los pocos pozos accesibles que se conocían, fabricándonos las escaleras de cables, los rapeladores de alambre de acero y utilizando mucho prusik. Y claro, hay tanto aún por explorar en sistemas horizontales que es más fácil trabajar en esa línea. Pero lo más duro, con diferencia, era siempre cómo llegar a las cuevas.
Es difícil explicar con términos de acá toda la logística que preparábamos para cada viaje, y ya no digamos una campaña de quince días. En Cuba no tenemos coches para los desplazamientos ni para llevar el material, todo lo hacemos con transporte público… si hay. Generalmente salíamos a la carretera a la espera de algún camión enviado desde el más allá que fuera en nuestra dirección. Como ejemplo puesto en Catalunya, un viaje a una cueva situada en Girona -100 Km- podía durar entre 24 horas i dos días saliendo desde Barcelona, por lo que en cada viaje se tenían en cuenta por lo general tres días de margen para el desplazamiento. Y por regla general, cada miembro podía cargar una mochila, casi siempre criolla (hecha por nosotros mismos) que podía pesar unos 25-30 kilos. Entre todos nos repartíamos un saco de patatas, boniatos y plátanos, algunos kilos de fríjoles y arroz y esa clase de comida típica isleña. Era una bestialidad, pero nos moríamos de ganas por ir a explorar cuevas y cartografiar nuevas galerías.
En Cuba son pocos los que se han especializado en bioespeleología o que se dediquen al tema, por lo que durante muchos años colaboré con muchos otros grupos espeleológicos aparte del Cajío, para elaborar listados faunístico de los sistemas que trabajaban; estudios preliminares y otros temas diversos además de por pura diversión y por conocer gente nueva. En Cuba no se exagera si se dice que somos varios miles los que hacen espeleo, y todos se conocen. En algún momento han colaborado en algún trabajo.
De 1990 a 1995 muchos especialistas del museo me tomaron bajo su tutela. Era un chaval muy tozudo y pesado con eso de los bichos y no paraba de viajar y colectar mientras podía. Tenía unos quince años y hacía como cuatro que no paraba de viajar, recolectar y colaborar en lo que podía con los especialistas del museo. Cada viaje de muestreos que hacía regresaba siempre cargado con miles de bichos para todos los especialistas.
Mi mentor en la entomología en esa época era un excelente especialista del museo en cucarachas:
Esteban Gutiérrez, y también hacía las veces de padre pues me daba consejos de todo tipo. Fue a partir del año 1991- 1992 que comencé a tomar conciencia sobre temáticas diversas de la ciencias naturales, como la paleontología y muchos grupos de animales, entre ellos murciélagos e insectos, pero mucho más estos últimos.
En esa época algunos de los investigadores del Museo de Historia Natural me preguntaban sobre cuál grupo me interesaba más, hasta que uno de ellos me propuso estudiar moscas, un grupo difícil y poco conocido en Cuba, con mucho campo por explorar. Inicialmente la idea no me gustó demasiado, pero era mejor que estudiar las mariposas o los escarabajos, ya que todo el mundo estudiaba mariposas y escarabajos. Recuerdo que ese día el que me hizo la proposición me llevó a las colecciones de referencia que no tenían a la vista del público y me sacó dos o tres cajas llenas de moscas enormes y pequeñas, súper coloridas o negras por completo, y fue esa diversidad tan grande la que me impulsó a comenzar a trabajar el grupo de los dípteros.
El
Dr. Gabriel Garcés del Centro Oriental de Ecosistemas y Biodiversidad (BIOECO) en Santiago de Cuba y la especialista Dely González del Instituto de Ecología y Sistemática (IES) de La Habana fueron unos tutores excepcionales durante esos primeros años en Diptera. En un viaje a EEUU en 1994 o 1995 Esteban Gutiérrez contactó en
Philadelphia con un especialista de moscas Tipulidae, una familia bastante extensa, quizás la que más dentro de Diptera. Le habló de mí y así comencé a trabajar el grupo con la ayuda de
Jon Gelhaus. Fue una agradable sorpresa que en Cuba ese grupo tuviera especies asociadas a las condiciones de vida en las cuevas, por lo que me encontré muy cómodo estudiándolas, era el aliciente que necesitaba.
Durante los años posteriores hasta 2001 el estudio del grupo dio buenos frutos, con la cita de tres nuevos géneros para la isla, algunas nuevas citas de especies, tanto troglobias como trogloxenas. Entre los troglobios destacó un ejemplar colectado justo en la que fue mi primera cavidad, la Cueva del Indio, que aún está pendiente de estudio y que probablemente será una nueva especie.
En 1995 comencé la carrera de Biología en el
ISPEJV, La Habana, y hasta que me licencié en 2000 nunca dejé la espeleo, haciendo viajes sin parar todo el año, más aún durante los dos meses de vacaciones entre cursos. Pero en la primera mitad de los 90 ya comenzaba, junto a tres o cuatro chicos, a practicar un deporte totalmente nuevo en la isla.
Había llegado desde España la escalada. Con los años, fuimos tres o cuatro los que nos convertimos en pioneros de la escalada en la isla, siempre con la colaboración de escaladores catalanes y americanos que nos dejaron, además de un montón de material para impulsar el deporte en Cuba, los mejores recuerdos hacia finales de los 90.
De 1995 a 2001 tuvimos gran dedicación a la escalada, pasando de cero vías a equipar dos o tres escuelas de escalada y donar material a grupos de espeleo de otras partes más deprimidas de la isla para su uso en escalada deportiva i para el acceso a cuevas colgadas. Y en ello ayudó mucho
Armando Menocal, un abogado y escalador americano que buscó apoyo y espónsores en Norteamérica para enviar material a la isla.
Este cúmulo de experiencias tanto por la espeleología como por la vertiente de la escalada y montaña me ha permitido explorar en Cuba zonas apartadas y ricas en biodiversidad, con especies generalmente desconocidas por su estado de aislamiento o de desarrollo de sus ciclos en lugares o estratos inaccesibles sin el conocimiento de estas técnicas. Esta circunstancia me llevó a comenzar a explorar un nuevo campo,
el dosel o canopy de los bosques, la unión de las copas de los árboles que conforman el techo de los bosques, la última frontera.
Durante el último año de la carrera necesitaba trabajar, algo prohibido en la isla si eres estudiante, pero me había casado y esperábamos un hijo, por lo que me matriculé en un curso de técnico en control de plagas para trabajar en el
Ministerio de Salud Pública. Entonces compaginaba la carrera con el trabajo, y como el dinero era poco, me conseguí otro trabajo para la tarde-noche, alquilando películas de VHS a unos pocos conocidos en mi barrio,
El Vedado, que tenían equipos para verlas. Unos tiempos bastante complicados, pero siempre lograba hacer un hueco para sentarme en casa delante de mi microscopio ruso, aún después de nacer mi hijo
Franco.
Conseguir aquel microscopio costó muchísimo, pero un conocido de un conocido (como muchas cosas de la vida) vendía uno que tenía en casa sin uso, así que me apreté el cinturón durante cuatro meses y trabajé extra hasta que se lo compré.
En 2001, por una invitación de colegas catalanes a un curso de rescate en montaña decidí probar suerte e intentar abrirme paso en Catalunya. El día del vuelo, 11 de septiembre coincidió con el atentado de las torres gemelas de
New York y en el
aeropuerto de Barajas me esperaba un control policial que se espantó cuando vieron cuantas cosas cabían en la mochila de un cubano: material de espeleo, de montaña, un microscopio, ropa, fotos y no se cuántas cosas que ya no recuerdo. En diciembre de ese mismo año contacté con el
Dr. Juli Pujade de la Universidad de Barcelona para exponerle mi interés por realizar el doctorado en mi grupo. Aún no he logrado comenzar pero mantenemos una estrecha relación de colaboración. Desde entonces estuve cuatro años como “sin papeles” trabajando en la construcción; restaurantes y otras cosas diversas. Actualmente la situación ha mejorado y tengo más tiempo para dedicarme a los estudios
En 2003 visité el
Museu de Ciències Naturals de Barcelona y me ofrecí para colaborar en diferentes ámbitos, desde la simple labor de colecta y conservación hasta en la determinación de material, actividad que actualmente continuo realizando. Recientemente presenté un proyecto para el estudio de Diptera en el dosel y sotobosque del
Parc de Collserola a las ayudas y subvenciones que otorga el Ajuntament de Barcelona, con una respuesta positiva por parte de este organismo, lo que me permitirá realizar un estudio a corto y medio plazo en el Parque.
Desde 2007 soy miembro de la
S.I.E. de l’Àliga y sigo con las actividades espeleológicas. Desde 2007 intento desarrollar un proyecto (
CEIN Colaboración para el Estudio de Invertebrados Neotropicales) en la web
http://www.caribbeancraneflies.com/ que he creado para dar a conocer el estado del conocimiento de mi grupo en el área del
Caribe. Este proyecto, que está aún en fase de desarrollo, tiene como objetivo difundir el conocimiento sobre la fauna de invertebrados en la región antillana y promover su protección mediante la difusión de la importancia de las mismas en el entorno e incentivar el trabajo de grupos parataxonomistas locales como apoyo a la labor de investigadores profesionales.
Ponencias y publicaciones:
- El género
Gonomyia Meigen (Diptera: Limoniidae) en las Antillas, con nuevas adiciones a la distribución en Cuba. Cocuyo 17(2008): 39-43
- Reportes de Tipulidae (Diptera) para cuevas del Occidente cubano. IV Jornada de Bioespeleología y Arqueología, La Habana, 1995 (ponencia).
- Estado actual del conocimiento de los tipúlidos (Diptera: Tipulidae) en Cuba. IX Jornada Científica Facultad de Biología, ISPEJV, La Habana, 1996 (póster).
- Lista de la espeleofauna del sistema cavernario El Altar, Sierra del Rosario, en la provincia Pinar del Rio. Reunión Nacional de la Sociedad Espeleológica de Cuba, La Habana, 1996 (ponencia).
- Reportes de Tipulidae (Diptera) para Cueva del Indio, Tapaste, Jaruco, provincia La Habana. Breves datos sobre etología. X Jornada Científica Facultad de Biología, ISPEJV, La Habana, 1997 (póster).
- Guía ilustrada para la identificación de los taxa más frecuentes de la Clase Insecta presentes en la Reserva de la Biosfera de Sierra del Rosario, provincia Pinar del Rio. Tesis de licenciatura, Facultad de Ciencias Naturales, ISPEJV, La Habana, 2000.
- Primer reporte de
Polymera (Diptera: Tipulidae) para Cuba. Breves datos sobre comportamiento. (en preparación)
- Primeros reportes de
Trentepohlia y
Rhabdomastix (Diptera: Tipulidae) para Cuba. Estado del conocimiento de estos géneros en Las Antillas. (en preparación)
NOTA: Aquest article ha estat escrit pel mateix Jorge, i les fotos són originals seves